6.6.12

DE CÁNTAROS Y FUENTES

La semana pasada perdí la virginidad. Hubiese estado bien si no fuese porque, tanto mi hermano como yo, estábamos borrachos.
Anécdota recogida en ADV

Nadie escapa de la abdicación cuando decide tener un hijo, y si existe, como antoja ser, una implicación emocional profunda y responsable con el descendiente al que se le ha impuesto el atroz deber de vivir, la fractura interna del progenitor causada por la nueva sobrecarga será incurable, ya nada volverá a su sitio, a partir de entonces se verá relegado al último turno de acceso a su breve parcela de tiempo, calma y energía tras su cesión estratégica a las obligaciones de la tutela. En el mejor de los casos, se engañará haciendo suyas las cuitas y alegrías de su vástago, sintiéndose crecer con cada contribución a su desarrollo y menguar siempre que lo vea amenazado por alguno de los frecuentes pasos en falso que le esperan. De poco sirve que uno haya constatado de antemano el truco desde la atenta disección de las constantes antropológicas, hasta la mente más despejada se pierde necesariamente en las ilusiones de la engendridad movida por una especie de maleficio adaptativo: los caminos de la biología son inescrutables. La objeción bien puede revertirse contra mí haciendo de mi apreciada esterilidad la consecuencia de un descarte genético que la naturaleza obraría a través de los resortes del arbitrio para desterrarme a un callejón evolutivo sin salida. ¿Y qué si es así? Celebro el agravio, pero esta valoración despectiva de la cría no me impide defender los servicios fundamentales para facilitar la natalidad a los utópicos que estén psicológicamente capacitados para reproducirse, pues ello también evitaría el castigo que en esta sociedad se nos inflige, mediante presiones fiscales y de otro tipo, a quienes hemos disentido de la norma al negarnos a transmitir un relevo generacional a la esclavitud venidera... ¿A qué viene ese gesto ceñudo? No soy un ogro. Que no quiera ser papá no quiere decir que deteste a los niños, como tampoco significa que esté en contra de los extranjeros ni de la asimilación voluntaria de otros pueblos cuando rechazo el credo masoquista cuyas directrices justifican que prevalezca el deber de admitir en régimen de igualdad a cualquiera que venga sin haber sido invitado. La desdeñosa bondad de esta blandura cultural, interpretada por el visitante como una barra libre de debilidades nacionales, le ha hecho un escuálido favor a las clases populares —no así a los contratistas de electores y temporeros—, ya que en su función de mandamiento ideológico los efectos adversos sobre el país receptor son comparables al de esos falsos amigos que surgen entre idiomas distintos. ¿Abrirías la puerta de tu casa a un desconocido que llama con la firme intención de quedarse en ella? La misma insensatez observo en consentir que siga adelante una concepción no deseada. Además, poniéndome sofista, ¿en qué lamentable estado vamos a recibir al forastero, sea inmigrante o neonato, cuando ni siquiera nos hemos molestado en limpiar la basura bancaria que se acumula dentro de nuestras fronteras junto a la reserva opípara de desperdicios segregados por la santa chusma?

Desmadradas por un orgasmo a dos bandas, no hay escorzo posible en las más oblicuas intenciones que traslucen los dibujos de Mileamne.

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