19.2.13

ASAMBLEA

Toma sin orgullo, abandona sin esfuerzo.
Marco AURELIO
Meditaciones

Cunde la impresión de que o uno acaba con el gobierno o el gobierno acabará con uno y, en verdad, el calamitoso estado de cosas da buenas pasiones y quizá mejores razones para opinar, cada vez con mayor ahínco, que para sobreponerse al desastre hay que ser monje o terrorista, lo que en ciertos lugares y episodios de la historia tiende a ser representado en un único papel. Reflexionando en mi actual trabajo sobre mi curre anterior —es lo que tienen algunos oficios manuales, te permiten levitar paralelamente en lo tuyo—, he recordado un incidente que a fuerza de vulgaridad redunda significativo para comprender dos concepciones radicalmente opuestas sobre la distribución de las suertes y riquezas. En aquella ocasión, debido a una reestructuración de la plantilla, hubo que organizar desde cero cada uno de los más de cincuenta puestos con sus respectivos cometidos. A excepción de los veteranos, que se vindicaban en los privilegios de su antigüedad en el centro para gozar de prioridad en la elección de las tareas que habían de asignarse, la mayoría estuvo de acuerdo en realizar un sorteo y establecer una rotación periódica para que todos tuvieran las mismas oportunidades de pasar por las diferentes funciones. Hasta ahí, ninguna divergencia había conjurado calorías para encender la hoguera de la discordia, hasta que se me ocurrió adelantarme a los hechos asegurando un bastión para mi libertad, que tal como me la formulo implica también la de los otros: propuse que una vez conocido el resultado de la rifa, se abriera un plazo razonable para que cada cual calibrase su fortuna y permutara de mutuo acuerdo su adjudicación con quien le conviniese... Lo de Pandora fue poco en comparación. Por encima de los dubitantes, que no eran pocos, se definió un sector claramente dominado por mujeres de armas tomar y cuerpos a ignorar que negaba la licitud del intercambio en nombre de una concepción finalista de la igualdad, por contraste con el otro, más heterogéneo y a la sazón mi abanderado, que preveía las ventajas de poder conjugar tratos ventajosos para ambas partes entendiendo como un preludio lo que el azar hubiera dictaminado. Nada tuvimos en común los polemistas, salvo acusarnos de querer implantar un juego trucado, y de nulo efecto fue mi facundia, ni siquiera se votó la moción, pues bastaron los cacareos de timbre fosforito para crear jurisprudencia y barrer la propuesta en minutos.

Si injusta es la desigualdad de cuna mantenida artificialmente, no menos lo es la igualdad impuesta de frutos, desenlaces y rendimientos. Puede que tuviera en mente algo parecido Pascal Bruckner cuando pronunció su ley de hierro a propósito de cualquier revolución: «Combatid la opresión, desconfiad de los oprimidos».

Como Diógenes con su farol, así de solitario vaga el monstruo en el afiche para la emisión sueca de Frankenstein, la película de James Whale que muchos recordarán por este acto de turbación.

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