4.1.14

ABEJORROS DE HUESO

El mundo está hecho de tal manera que una y otra vez exigirán sangre los prejuicios, las pasiones; y hemos de saber que esto no cambiará jamás. Los argumentos varían, sin duda; pero la estupidez mantiene eternamente su tribunal. Se lleva a la gente ante el tribunal por haber despreciado a los dioses; luego por no haber admitido un dogma; más tarde por haber atentado contra una teoría. No hay ninguna gran palabra ni ningún pensamiento noble en nombre de los cuales no se haya derramado sangre.
Ernst JÜNGER
La emboscadura

Irrealista. Las ilusiones están para desengañarse de ellas; los desengaños, para generar la ilusión de un despertar. ¿Cuándo prescindiremos de la obsesión de hacer realidad las ilusiones que siempre agravan el laberinto original de la existencia añadiéndole trampantojos, callejones sin salida y muros superfluos? Sabemos que con el hombre que nace no muere esta ilusión portadora de otras, como tampoco desconocemos que es preciso detraer realidades a pesar del asilo que representa para la soledad la ficción donde se amparan. Renunciar, por encima de todo, a las ilusiones que nos resultan cómodas y esperanzadoras ¿es acaso pedir demasiado? Solamente puede comprender la necesidad de vaciarse quien antes se ha llenado.

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Todo lo que puede aportar la clarividencia es la regularidad de que nadie sabe nada. Cuestiónese, en consecuencia, lo bueno, lo correcto y lo real más que ninguna otra cosa, pues uno sólo es dueño de lo que duda, y aun dudarse puede que lo sea sólo en estado precario, de prestado.

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Fascinación por la disolución. ¿Y qué tiene de nocivo, sucio o espantoso la entrega a la voluptuosidad de los instintos si el regodeo animal, como el espiritual, remite al ánima de la cual procede? Concibo el sexo no sólo a modo de placentero uso del otro, sino como disolvente inmersión en él, y experimento sus delicias, más allá del sexto, en virtud predilecta del acercamiento a la desaparición de la que expresa una humilde pero fascinante versión todo clímax. El hechizo erótico embriaga por lo que la carne posee de intercambio suicida, de liminar haram o acoplamiento furtivo, llave y cerradura en el vacío cuyos preludios tangibles excitan al funcionar como una ausencia acrecentada, mientras el amor tan alabado con el que muchos tienen el aciago gusto de aliñarla, introduce en el proceso un batiburrillo de proyecciones, anhelos y malentendidos, mezcla inestable que ha de estar bien sellada para que no se esfume su más adictiva esencia, más duradera cuanto más aromatizada esté con distracciones que le impidan heder a lo que efectivamente contiene.

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Mayúsculas en paños menores. La Casa empieza y termina por la Cama.

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Centro inmóvil en un remolino de aislamiento a kilómetros de cualquier amansamiento urbano, devengo señor dual en mi morada con el vate que desdeña guiar y el abate que detesta seguir. Si habitara en la ciudad —como ya hice—, estrujado en una continuidad vecinal o hipotecado en una murienda adosada, me sentiría necesariamente expulsado de las manifestaciones numinosas que me ayudan a ser un monstruo amigable para los humanos, comenzando por esa multitud que llevo dentro y no consigo metabolizar.

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Teórica, metafóricamente al menos, soy un inmoralista que niega la responsabilidad del sujeto frente a su destino, pero sucumbiría a la fealdad de los hechos si no dispusiera, al mismo tiempo, de sólidos principios éticos para moverme a través de la acumulación de ignorancias que llamamos historia.

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Aflojar el ritmo (de producción, de consumo, de comunicación, de copulación, de lo que sea) constituye la gran herejía de nuestra época robotizada y el único modo asequible de hacer temblar la maquinaria económica sin mancharse los puños con ADN de banquero; mácula ecua, sí, y deseable, claro, e inútil, también: nadie los ganará nunca en su propio terreno.

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Donde hay consentimiento no puede haber perversión; la perversión surge allí donde uno puede conminar a otro a soportar un sufrimiento que no ha elegido, luego ¿qué lugar del mundo, fuera de las alcobas de los amantes y de algún fugaz ascenso a las esferas del éxtasis, está libre de ser un antro de perversión? Ni siquiera los patios escolares, que guardan el secreto a voces de un legado de torturas con reputación de juegos infantiles.

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Los vicios privados no son la fuerza motriz que ensambla las virtudes públicas (Mandeville), sino el premio de consolación por tener que tirar de ellas.

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Un coño tierno y generoso puede salvar súbitamente a un hombre de sus propias e insondables oquedades. En cambio, ¿qué recompensa mística puede darles a ellas el falo, aparte del vulgar éxito de una inseminación o de algunos espasmos tonificantes?

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Al sollozo de los faroles, su silueta ceñida de roja concisión aportaba al frío que estoicamente despreciaba una fantasía de cromatismos eréctiles devorada por los viandantes, flâneurs que recorrían menos molestos el error de sus vidas al frotarlo contra las improvisaciones del escenario. Cuando uno de los mirones habló, la revoltosa lo hizo retroceder hasta su escondrijo...
Y: ¿Por qué dejarle a los gusanos lo que puede comerse un humano?
X: ¿Por qué llamar humano a la extensión de un gusano hambriento?
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Los verdaderos pesimistas son aquellos que, arraigados en la inmundicia o siendo testigos de ella, porfían en demostrar la bondad fundamental de la vida. Son ellos los que adolecen de una pésima visión de ambas, de la bondad y de la vida, con una insuficiencia que debe de resultarles ventajosa por su actividad profiláctica contra las pesadillas, pero ofende como ninguna al hondo sentimiento consciente de los pesares humanos.

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Memoria escéptica. Quizá Dios, asesinado por los seres que ahijó, ha reparado con esta Némesis su hibris cosmogónica, mas no se hará justicia hasta que sus restos descansen en paz, la misma que los nostálgicos del desaparecido deben dejar a los parricidas, convertidos igualmente en huérfanos... ¿A quién corresponde enterrarlo?


Arriba, La parábola de los ciegos de Brueghel el Viejo, óleo sobre tabla que ilustra el versículo: «Dejadlos, son ciegos que guían a otros ciegos. Y si un ciego guía a otro ciego, los dos caerán en el hoyo» (Mateo 15, 14). Abajo, como muestra el folio 62v del manuscrito del siglo XV Histoire de Merlin, mediante ardides dignos de emular un demonio consigue ayuntarse con una monja, o la hija célibe de un rey galés según otras leyendas, de cuyo vientre nacerá el futuro mago Merlín.

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